martes, 7 de febrero de 2012

LOS CIEN LIBROS QUE HAY QUE LEER PRESENTADOS DE DIEZ EN DIEZ (I)


Desde hace mucho acaricio la idea de ofrecer una lista de cien libros que compendien lo mejor de la cultura a la que pertenezco, la occidental, en un momento en que ésta está siendo relegada y virtualmente destruida por la doble presión del poder estatal y las fuerzas empresariales, que necesitan masas total y completamente aculturadas, deshumanizadas, ignorantes, atomizadas e inespirituales para ser del todo sumisas, mansas y manejables.

El sujeto, la mujer tanto como el varón, para autoconstruirse como ser humano necesita cultivar y afinar sus facultades espirituales, en primer lugar el entendimiento, y para ello necesita de los autores clásicos.

La modernidad ha dado muy pocos clásicos, porque lo que produce es sobre todo propaganda, y porque el sujeto moderno está siempre atento a cominerías e inesencialidades, como consecuencia de la falta de grandeza, autorrespeto y altura de miras que es consustancial a la modernidad. De esto resulta una personalidad capitidisminuida, un pigmeo intelectual, moral y físico.

Como posible remedio se trata de ir creando paso a paso una nueva concepción de la persona que aúne la inteligencia, la reflexión estratégica, el coraje, el compromiso, la generosidad, la sociabilidad, el servicio, la cortesía, el olvido de sí y la voluntad de esfuerzo. Para eso necesitamos de los clásicos.

Se trata de pergeñar la noción de un ser humano integral, alejado de la especialización mutiladora tanto como del intelectualismo paralizante y el activismo deshumanizador. Se necesita, en el momento en que Occidente se derrumba, de un sujeto que se haga cargo del todo finito de los grandes problemas de nuestro tiempo, disponible por convicción interior para todos los sacrificios.

¿Sacrificios?, preguntará el filisteo hedonista, imitador del burgués gozador. Si. La razón la expone P. Everett, “las cosas entretenidas no suelen generar pensamiento”. Por tanto, si de lo que se trata es de pensar y entender hay que admitir que eso es una tarea ardua, compleja, incómoda, áspera. Lo fácil y cómodo sólo crea superficialidades, cositas pueriles y narcóticos espirituales. Si se trata de la verdad y el autoconstruirse desde ella hay que disponerse a padecer.

 Si la meta final es contribuir a crear una nueva sociedad, un nuevo ser humano y un nuevo sistema de valores y cosmovisión tenemos que estar disponibles para toda clase de esfuerzos, sin pararnos a pensar en si son agradables o desagradables.

Porque, a fin de cuentas, nuestra grandeza proviene de la grandeza de nuestros fines.

Hemos de considerar la sabiduría heredada del pasado como insatisfactoria al mismo tiempo que imprescindible. Quienes se refugian en panfletos y desprecian el saber del pasado nada lograrán. Los que hacen una lectura academicista de los clásicos jamás los comprenderán. Quienes acuden a ellos para enriquecerse personalmente con miras egoístas se condenan a no superar los estrechos límites de su ego. Los que temen no comprender, o no estar a la altura, se equivocan porque todo es hacedero con esfuerzo, tiempo, constancia, ayuda de los iguales y sacrificio.

Nos han destruido. El actual sistema de dominación nos ha aniquilado como seres humanos. Somos seres-nada. Por eso ahora ha llegado el momento que nos autoconstruyamos a nosotras y nosotros mismos.

         ¿Cómo leer a los clásicos?

Primero. Con voluntad de comprender, con concentración, con lentitud, abriendo la mente, desaprendiendo el error y el mal. Sabiendo que los clásicos por sí no resuelven nuestros problemas, sólo iluminan nuestra pensar y obrar, que son limitados, que tienen muchos defectos y errores, que solían estar vinculados a poderes ilegítimos y que incluso son decepcionantes.

Segundo. Desde nuestra realidad y nuestro tiempo, el siglo XXI. No se trata de recitar lo que formulan sino de usar sus contenidos para comprender de manera creativa nuestro mundo y transformarlo con esfuerzo.

Tercero. De manera colectiva e individual al mismo tiempo. En grupo, en equipo, eso es lo mejor, pero dejando mucho espacio para la reflexión personal, la soledad, la libre interiorización y el ensimismamiento.

Cuarto. En medio de la tempestad, desde el compromiso, sabiendo que la forma óptima de entenderlos es conocer similares penalidades y persecuciones a las que a ellos les hicieron sabios y magníficos.

Quinto. De manera desinteresada, como un esfuerzo en pro del bien y la virtud que no puede ni debe tener premio, salvo la palma del martirio. Sócrates, asesinado por el Estado ateniense en alianza con el populacho, debe ser referencia.

Sexto. Para lograr una síntesis, una nueva recombinación organizada de lo hoy separado e incluso enfrentado. Construir el futuro demanda amplitud de miras y voluntad de pluralidad, para recoger e integrar todo lo bueno finito creado por el ser humano, provenga de donde provenga.

Séptimo. Sin hiper-criticismos. Si Narciso quiere satanizar todo lo que es no-yo por medio del “pensamiento crítico” que empiece tomando esa medicina. Si pide perfección que la ofrezca.

Octavo. Con la decisión interior, cada una y cada uno, de leerlos para crear ideas innovadoras, saberes creativos, grandes acciones y textos tan buenos como los del pasado e incluso mejores, pues los clásicos en verdad maravillosos son los que están por escribir.


Uno. “Apología de Sócrates”, forma parte de los “Diálogos” de Platón. Éste era adversario del ideario socrático y gran cavernícola, lo que indica que tergiversó a aquél tanto como pudo, pero es lo que nos ha llegado. Es conveniente hacerse con una edición bien traducida. Sócrates nos enseña a pensar, a vivir y a morir.


Dos. “Los deberes”, Cicerón, para autoedificarnos desde los deberes libremente admitidos, y no desde los derechos. Los deberes nos otorgan fortaleza y fuerza interior, sin la cual nada puede hacerse. La fortaleza es la precondición de la libertad y las obligaciones la base de la rectitud moral.

Tres. “Anales”, Cornelio Tácito, para empaparnos de serenidad clásica, desintoxicarnos de politicismo y economicismo, comprendiendo lo que era Roma como tiranía y modelo de tiranías hasta el día de hoy. Por lo demás, es un texto largo y para el sujeto lobotimizado por la Red quizá imposible.

Cuatro. “Trabajo y capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX”, Harry Braverman. Estudio excelente de lo que es el capitalismo como destrucción de la esencia concreta humana. Una descalificación implícita del “anticapitalismo” pro-capitalista y una explicación de facto de que no hay soluciones sin revolución integral. Es uno de los poquísimos clásicos escritos en el siglo XX, un tiempo de decadencia intelectiva extrema.

Cinco. “Evangelio según San Juan”, ya metidos en harina conviene leer también la Primera y Segunda epístolas de San Juan, breves las dos. Si se desea conocer la cosmovisión del amor, concebido como amar y no como ser amado, como algo difícil y no como una experiencia “agradable”, como dar y no como recibir, estos son los textos. Por lo demás, expreso mi repudio por el anticlericalismo burgués en boga, totalitario, ignorante, aculturador, atomizador, demagógico, deshumanizador, ultrarreaccionario y criminal. Sin abrirse a las aportaciones del cristianismo revolucionario no se puede realizar hoy una revolución integral.

Seis. “Carta a Peter Carr, 19-8-1785, Thomas Jefferson, en “Autobiografía y otros escritos”. El autor escribe este breve texto para su sobrino, saturada de buena ética, con el fin de hacer de él sujeto de virtud. Es muy breve. Conviene leerla junto con “Los deberes” ciceronianos. En un tiempo en que estamos obligados a ser inmorales esta misiva nos reconcilia con el bien. Ambos escritos son excelentes para las y los adolescentes.

Siete. “Municipalidades de Castilla y León”, Antonio Sacristán y Martínez. Fue escrito en 1877. Lo cierto es que hay que leer buena historia, y esta lo es, mucho mejor que los panfletillos a tanto la línea que se fabrican ahora en las cátedras de historia.

Ocho. “Primera parte de Don Quijote de la Mancha”, Cervantes. Siempre he tenido por mejor la primera que la segunda parte. Conviene estudiarla reposadamente, reflexionando, con la mente liberada de lo que nos han contado sobre la obra, ateóricamente, con el fin de encontrar el mensaje auténtico de este gran libro. Para hacer la revolución no necesitamos acudir a textos exóticos y extravagantes, llenos de chocarrerías modernistas y tonterías alambicadas, todas ellas fracasadas ya en la práctica. Nos bastan con los clásicos de nuestra cultura.

Nueve. “Ensayo sobre el entendimiento humano”, John Locke. Aprender a pensar desde lo real, evitando los teoricismos y dogmatismos es aprender a pensar. Establecer límites al actuar de la mente, para no intoxicarnos con nuestras propias creaciones arbitrarias, es avanzar hacia la sabiduría. Comprender que toda verdad es finita y que pocas veces podemos estar absolutamente seguros de lo que pensamos, decimos y tomamos como guía nos hace modestos, creativos y rigurosos.

Diez. “Nietzsche “contra” la democracia. El pensamiento político de Friedrich Nietzsche (1862-1872)”, Nicolás González Varela. Se dice, sin ánimo de ofender, que a todos los cerdos les llega su San Martín, pues bien, este libro es el San Martín de Nietzsche. No es un clásico en sí sino un examen imparcial de quien más ha arrastrado por el fango la cultura occidental. Con una metodología implacable, González desvela quien era el teutón: un sujeto que se situaba, en política a la derecha de la derecha, pidiendo siempre más violencia contra las clases populares, como gran maestro del odio que es. En él Nietzsche aparece como un protonazi peor que los nazis. Así las cosas, ¿qué harán sus devotos?

Deseo, para terminar, recomendar un texto mío, cómo no, “Crisis y utopía en el siglo XXI”, un alegato en pro de la esencia concreta humana.

Espero mucho de un retorno, creador, selectivo y comprometido, a los clásicos. En particular, espero mucho de las mujeres en este campo, pues para ellas es vitar romper con la sinrazón del feminismo y la maldad del feminicidio para hacerse grandes en el pensar y grandes en el obrar.

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