lunes, 25 de noviembre de 2013

DE PRINCESAS Y FEMINICIDIOS REFLEXIONES EN TORNO AL I CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE VIOLENCIA DE GÉNERO



El 5-11-2013 se celebró en Madrid el I Congreso Internacional Sobre Violencia de Género, presidido por la Princesa de Asturias y heredera al trono de España, Doña Letizia, y dirigido por la vicepresidenta del gobierno del PP, de la derecha española, heredera sociológica del franquismo, Soraya Sáez de Santamaría. El lema central fue “es necesario repetir una y mil veces la importancia que tiene que las mujeres denuncien” a sus parejas a la policía, pero no a sus jefes y empresarios, violadores compulsivos de trabajadoras en la grandes empresas.

Se dio el dato de que en los últimos diez años han sido asesinadas 700 mujeres y se reconoció de mala gana que hoy la misoginia es cada vez más activa entre adolescentes y jóvenes (en ellas tanto o más que en ellos). Nada se dijo, como era de esperar, de los muchos cientos de mujeres que cada año se suicidan al no poder soportar el trauma de ser violadas y sexualmente vejadas por los burgueses y sus agentes en la gran empresa, a veces por jefas lesbianas. Su número, muy probablemente, supera en un solo año la cifra arriba citada. Un guarismo también elevado de mujeres, particularmente en el tramo de edad de los 31-35 años, se suicida porque el orden político, económico y jurídico actual les impide y prohíbe de facto ser madres. El número de estas suicidas, si bien no puede establecerse con precisión, es sin duda muy superior también al de féminas muertas por varones.

Unas y otras sumadas son muchísimas más que las asesinadas por “violencia de  género”, aunque nadie se ocupa de ellas, nadie las llora, nadie reivindica sus metas y nadie se propone crear un orden social en el que ninguna mujer tenga que quitarse la vida por ser violada o por no poder ser madre, al ser sin violaciones y con libertad para la maternidad. Pero yo pienso en ellas cada día, en esas víctimas de la locura, el fanatismo y la misoginia más feroz, y por ellas voy a llevar la acción y lucha más decididas. Porque me duele su desamparo, su soledad, el que mueran entre la indiferencia o peor aún, el desprecio y la mofa del actual sistema de dominación, de sus perversos turiferarios, en particular la secta feminicida, y de un populacho encanallado, soez y mega-servil, que ya no es propiamente humano.

A lo claro: este I Congreso, monárquico y derechista, repitió el dogma central del régimen neo-patriarcal actual, a saber, que para las mujeres la familia y la pareja son (mejor: deben ser) el infierno mientras que la empresa capitalista es (más exactamente: debe ser) el paraíso.

Significativo ha sido que los poderes mediáticos hayan ocultado casi del todo dicho Congreso.

Aunque en él se ofrece “la educación” como solución, esto no deja de ser una artimaña verbal para ocultar que ante el problema del asesinato de mujeres -muy real y muy grave- el poder constituido, cada día más feminizado, no ofrece otra solución que las de naturaleza policiaca, represiva, adoctrinadora y carcelaria. Eso explica que tras detener a ¡más de un millón de varones! y con casi un decenio de vigencia de la Ley de Violencia de Género las muertes de féminas siguen creciendo casi año tras año, asunto que el Ministerio de Igualdad y el gobierno de la derecha pretenden ahora ocultar, al parecer alterando los parámetros que hacen “de género” a un homicidio de mujer, a fin de empujar a la baja las estadísticas para mostrar que dicha norma legal es “efectiva”…

viernes, 1 de noviembre de 2013

“Berlín. La caída: 1945” Antony Beevor – 2005





Beevor no es un gran historiador. Ni éste ni su libro sobre la guerra civil, 1936-1939, son trabajos bien logrados. Pero aporta una información bastante completa, extensa y fiable acerca de un acontecimiento horrible, acaecido al final de la II Guerra Mundial, las masivas violaciones de mujeres realizadas por el Ejército Rojo al entrar en Alemania por el este, en persecución de las tropas nazis en retirada.
        
Apunta que hasta dos millones de mujeres, la mayoría alemanas pero también de otras nacionalidades, rusas incluidas, que estaban en Alemania como prisioneras de guerra o desplazadas, fueron forzadas sexualmente, a menudo maltratadas e incluso torturadas, y en ciertas ocasiones asesinadas por los soldados de la Unión Soviética, esto es, del supuesto régimen revolucionario que había constituido un así llamado Ejército de Obreros y Campesinos, de ahí su bandera, el martillo y la hoz sobre fondo rojo.
        
Este espeluznante asunto, durante mucho tiempo, fue ocultado, pues la Unión Soviética formaba parte del bloque “antifascista” vencedor. Las víctimas fueron obligadas a permanecer en silencio, sobre todo en Alemania del Este, y sus testimonios, muchos terribles, se hicieron desaparecer o se guardaron en ignotos archivos.
        
Un autor que hace más de treinta años se atrevió a referirse a este asunto fue John Toland en “Los últimos cien días”. Aunque aún con cierto temor y prevención, dicho libro expone buena parte de la verdad. Prueba que las violaciones no fueron hechos aislados sino masivos, que se realizaron durante meses, afectando a una parte decisiva de la población femenina de Alemania.
        
Beevor incluye en su obra numerosos testimonios de las mujeres atropelladas, de las que sobrevivieron. Leerlos es muy duro, a menudo hay que echar mano de la fortaleza del ánimo para continuar con el libro. Fueron violadas ancianas, féminas de mediana edad, adolescentes y también niñas de muy pocos años: lo que se refiere a éstas últimas es lo más espantoso. No hicieron distinciones entre mujeres nazis y mujeres antinazis, de tal modo que incluso una parte de las militantes del clandestino PC Alemán padecieron esa forma de tormento. También pasaron por tan terrible trance féminas rusas prisioneras o deportadas a Alemania como mano de obra.
        
Los violadores fueron grupos de soldados del Ejército Rojo, por lo general ebrios, en ocasiones varias docenas que se ensañaban con una víctima, y luego con otra, otra y otra, matando a las que se resistían y torturando a muchas por puro goce sádico. Cientos de miles de soldados y oficiales soviéticos participaron. El alto mando hizo muy poco por evitarlo, mientras que buena parte de la prensa soviética azuzó el deseo de venganza en sus tropas. Ciertamente existió una minoría que se portó con humanidad y corrección pero fue eso, una minoría.
        
El Ejército Rojo no sólo se ensañó con las mujeres. Se dedicó al vandalismo y al pillaje, robó todo lo que le apeteció a los prisioneros germanos y a la población civil, mostrándose como una gran horda de sujetos codiciosos y posesivos, lo que dice muchísimo sobre la verdadera naturaleza del “comunismo” que hubo en la URSS… En suma, no existió ni compasión ni respeto por el pueblo alemán, en particular por su parte femenina, primero víctima de los nazis y luego del Ejército Rojo.
        
La reflexión última, a partir de tan pavorosos acontecimientos, ha de realizarse sobre la condición real de las revoluciones llamadas proletarias y acerca de su ideología rectora, el marxismo.
        
Lo expuesto, se dirá claramente, descalifica a las unas y a la otra. Las descalifica de forma completa y definitiva, en sus expresiones del pasado no menos que en las del presente, todavía activas (aunque sin ningún futuro en lo estratégico) en Latinoamérica y Asia. Si algo ha de conseguir una verdadera revolución es modificar cualitativamente el estatuto social, político, cultural, emocional y erótico de las mujeres, lo que significa revolucionarizar la percepción y actuación de los hombres respecto a ellas. El Ejército Rojo, al tratar del modo descrito a las féminas de Alemania, mostró cuál era el estatuto real de éstas en la Unión Soviética, más allá de la propaganda, un régimen neo-patriarcal tan torvo como hipócrita, que es el defendido por los partidos y grupos comunistas en todos los países.
        
La llamada “revolución socialista de octubre de 1917”, que llevó al poder al Partido Bolchevique en Rusia y en buena parte de las naciones por ésta dominada, aunque inicialmente fue un acontecimiento positivo y en gran medida inevitable, pronto manifestó que su esencia consistía en destruir un tipo de capitalismo para implantar otro igual o más funesto, el capitalismo de Estado, bajo el cual la trabajadora y el trabajador estaban aún más sometidos y explotados, con los comunistas como nueva burguesía.
        
La creación de un colosal aparato estatal soviético, que tenía en el ejército, la policía, el funcionariado, la intelectualidad izquierdista, la burguesía estatal, la tecnocracia y el Partido Comunistas sus principales concreciones, originó un sistema de dictadura policial y carcelaria que en nada importante se diferenciaba de la implantada por el nacional-socialismo en Alemania. Era lo que se ha venido en llamar el fascismo de izquierdas[1]. El rasgo común a todos los fascismos, y a todos los fascistas, es su odio por la libertad de conciencia, fundamento de la libertad política y la libertad civil, así como de la autoconstrucción de la persona. Pues bien, dicha libertad no sólo estuvo ausente en la URSS y en sus imitaciones sino que se la calificó de “burguesa”… Hay un “antifascismo” peor que el fascismo al ser mega-fascismo.
        
Han pasado muchos años desde los acontecimientos que se analizan en el libro citado, pero algunos no quieren darse por enterados que la violación y tortura de ¡dos millones de mujeres! en Alemania en 1945 desacredita cualquier proyecto político “radical” que no reconozca y analice tales sucesos (así como otros muchos igual de graves) para ofrecer un ideal y un programa político que los haga imposibles.

Tal sólo puede ser el de la revolución integral.

Se trata de poner fin al capitalismo privado/estatal y no de meramente sustituirlo por el capitalismo de Estado. Eso, como ha mostrado numerosas veces la experiencia, demanda liquidar toda forma de ente estatal. También porque mientras haya Estado habrá, inevitablemente, patriarcado o neo-patriarcado y por tanto agresiones tan terribles (o incluso más) a las mujeres, como las que entonces tuvieron lugar. Porque la “emancipación de la mujer” realizada por el ente estatal, con él o bajo él, es un engaño morrocotudo.
        
Es grotesco, además de trágico, que la teorética comunista, el marxismo, renuncie a realizar la condición humana, se desentienda de los valores de la civilización, declare anatema la autoconstrucción del sujeto, se cisque en la ética y abomine de la libertad para, según expone, satisfacer las necesidades materiales de los trabajadores, al parecer lo único importante. Pero los hechos mostraron que cuando la Unión Soviética se derrumbó en 1991 era una sociedad de la escasez y la pobreza para las y los trabajadores, aunque no para la nueva burguesía comunista, que hoy es la próspera burguesía privada/estatal rusa. Dicho a las claras, no logró nada en ningún terreno. El “formidable acontecimiento emancipador”, la expresión de la modernidad más consecuente y científica, la revolución rusa, sólo estuvo en activo 74 años, lo que es del todo ridículo y muestra las colosales debilidades, errores y carencias de su dogma, el marxismo.
        
Por lo expuesto, y por mucho más, las revoluciones del futuro han de ser de naturaleza muy diferente, e incluso antagónica, a las del pasado inmediato tanto como a los falsos radicalismos hodiernos (ahora su peor expresión son los populismos latinoamericanos), aunque únicamente sea para no terminar como ellas, en el descrédito más rotundo por causa de su barbarie, inhumanidad y zafiedad, sin olvidar su incompetencia en todos los ámbitos. Porque las revoluciones son necesarias, pero no las que se realizan desde la noción perversa de que lo decisivo es la economía y lo insignificativo el ser humano, su calidad y valía. Ésas, de un modo u otro, fracasarán siempre en tanto que proyecto emancipador del género humano.


[1] El fascismo de izquierdas es el peor de todos los fascismos. En “La utopía nazi. Cómo Hitler compró a los alemanes”, Gotz Aly, se ofrece un dato revelador. Si en la Alemania hitleriana la Gestapo tenía a 7.000 funcionarios para vigilar a 60 millones de personas, en la RDA (República Democrática Alemana) la Stasi, o policía política del Partido Comunista, disponía de 190.000 funcionarios y otros tantos confidentes para tener controlados a 17 millones.